Diario de León

Los últimos moradores del palacete neomudéjar de León: "Los muebles eran preciosos, pero faltaba calor de hogar"

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León

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La luz entraba a borbotones a través de aquellos cristales protegidos por contraventanas. Los techos altos de la casa y la ausencia de calefacción marcaban la diferencia de temperatura de una estancia a otra, un frío que apaciguaba como podía una estufa de gasóleo en el pasillo. En el jardín, unos preciosos rosales y un magnolio ponían la nota de color entre las dos palmeras que le daban el toque exótico a aquel lugar, que era también refugio de numerosos gatos que alimentaba una señora a través de las gateras de la puerta de entrada a los coches que daba a la calle San Agustín. 

Son algunas pinceladas de los recuerdos del palacete neomudéjar que guardan en su memoria los últimos moradores del emblemático edificio. Dentro de algo más de un año, esas paredes que guardan tantas historias darán cobijo a una clínica de referencia en patologías de columna de la mano del prestigioso neurocirujano berciano José Manuel Valle Folgueral. En obras desde hace meses, esta estructura testigo del paso del tiempo en León es una de las más famosas de la ciudad. 

Casi dos décadas vivieron allí sus últimos moradores, un conserje y su familia encargado de cuidar del palacete de don Alfonso, que vivía en Madrid y venía a León de vez en cuando. Cuando estaba aquí, ocupaba la primera planta. Junto a él, en el bloque de pisos del número 13, comenzó a vivir el guardián de aquel lugar junto a su familia. Cuatro pisos y una buhardilla en un edificio aledaño sin ascensor. "Era el lujo de antes. 300 metros cuadrados de piso con bañeras de patas y techos con molduras de escayola", recuerdan.

Alfonso, el dueño en aquel entonces, cuando corrían los años 80, era familiar del empresario minero Victoriano González, quien mandó construir este inmueble hace más de un siglo  sobre los planos de Manuel de Cárdenas y Arsenio Alonso. Fue, paradójicamente, la primera casa en la que hubo calefacción en la ciudad, si bien el paso del tiempo fue dejando huella tanto en ella como  en el edificio de al lado , de la misma propiedad, al que llegaron los okupas en alguna ocasión. 

El estilo de la gente pudiente

Durante sus estancias en León, Alfonso visitaba a las monjas de clausura, de las que era benefactor. Ocupaba una gran habitación coronada por una cama con dosel, una estancia cerrada con llave, como la mayoría, cuando no estaba. Era el estilo de la gente pudiente de aquellos años y también el que reinaba en cada rincón de la casa. Los "preciosísimos" muebles de caoba y aquella galería llena de plantas que había puesto alguien cercano al dueño fueron seña de identidad durante mucho tiempo. 

"Yo guardo muy buenos recuerdos de aquella casa. Era muy grande, con mucha luz. Me encantaba vivir allí porque estaba a pie de calle y, al estar tan céntrica, se convirtió en lugar de reunión", recuerda uno de los miembros de la famiia que la habitó por última vez. 

Aquel lugar, que con anterioridad había cobijado las oficinas de Victoriano González, estaba decorado con muebles especiales, tanto que resistieron con buen aspecto al paso de los años y seguían, imperturbables, en el mismo sitio cuando salieron a la luz las fotos de la casa en el momento que se puso a la venta . Esa gestión, la del cambio de dueño, se convirtió a principios de siglo en un anuncio recurrente sin resolver tras partir en un precio cercano a los 6 millones de euros.

El parqué que nunca se había cambiado

"Los muebles eran muy bonitos, había muchos, pero allí faltaba calor de hogar". Tras unos años viviendo en la buhardilla del número 13, aquellos moradores se mudaron al piso de abajo del pacelete, el que no ocupaba Alfonso cuando venía a León. Fue un privilegio que no tuvieron los anteriores conserjes. El palecete estaba en mejor estado que los pisos y eso motivó el cambio. "Allí, todas las ventanas daban a Alcázar de Toledo, era un lugar muy transitado, pero silencioso en aquel entonces". De ella recuerdan el precioso parqué que no se había cambiado nunca. Ni falta que le hacía. "Era un piso sin sangrar de antes de la guerra, del año 19 y estaba perfecto".

En aquella casa , la de la planta baja, había cuatro habitaciones, una cocina y un baño, que tenía el inodoro separado. El salón y la cocina miraban al jardín y allí se salía desde la cocina. "Era un jardín enorme". 

Cuando se puso a la venta, hubo algunos interesados. "Lo miraban para hacer algo de hosteleria, pero era complicado porque está protegido", señalan los moradores. Después de muchos años buscando nuevo dueño, el palacete neomudéjar se prepara para albergar nuevas historias, esta vez relacionadas con la salud gracias al proyecto de Valle Folgueral que dará una nueva vida al emblemático edificio.

 

 

 

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