Diario de León
León

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ANTES de ser elegido presidente, José Luis Rodríguez Zapatero confesó a un grupo de periodistas leonesas que uno de los secretos para llegar a La Moncloa era tener buena salud. Las experiencias de las agotadoras jornadas en campaña electoral ponen a prueba la fortaleza física de todo candidato, resistencia que, confieso, me sorprende. El demócrata Barack Obama, de 47 años, y el republicano John McCain, con 72 años, cierran una exhausta campaña -para ellos y para todos - por alcanzar la Casa Blanca. Me gustaría saber qué marca de cereales consumen por la mañana, o lo que sea que le pongan a la leche. Son seres dinámicos, ocurrentes, con buen sentido del humor, incansables, perfectos a todas horas. No son humanos, en definitiva, o, al menos, lo que nos quieren hacer ver de ellos. Esta actitud que roza la perfección me produce desconfianza, no me gustan los escaparates. Este rechazo a la alteridad ha volcado mis ojos en la Reina. No me importa en absoluto -debo de ser una especie rara- que se haya pronunciado sobre los asuntos puestos sobre la mesa por una escritora opusina. Vaya por delante que no estoy de acuerdo con las opiniones de Sofía de Grecia, pero me gusta que la Reina haya abierto la boca. El debate no debería ser si la Reina debe opinar o no. Me hubiera dejado igual de indiferente si su majestad estuviera a favor de llamar matrimonios a las uniones gais. La escucho, registro sus opiniones y las archivo. Nada más. Lo único que me planteo es para qué sirve una institución que, por Constitución, ni siente ni padece. No acabo de entender qué repercusión o cambio social va a producirse porque la Reina diga que las uniones de gais no son matrimonios, eso ya lo regula una ley, igual que el divorcio, o cese temporal de la convivencia.

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