Diario de León

Yesica Correas, de militar de artillería a ganadera en Brazuelo

-Abandonó su carrera como militar de artillería para criar a sus tres hijos en el campo en León. Es uno de los ejemplos de mujeres que vuelven y apuestan por el mundo rural, aunque tiene dudas de que sus hijos puedan permanecer en un entorno sin otras oportunidades laborales

Yesica Correas. RAMIRO

Yesica Correas. RAMIRO

León

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Yesica Correas González tiene 35 años y es ganadera en el municipio de Brazuelo. Antes fue militar de artillería durante ocho años, profesión que abandonó para volver a León y criar a sus hijos en el campo. Conoció al asturiano Alejandro Quintana, también militar, cuando estaba destinada en Burgos. Tienen tres criaturas de 10, 9 y 2 años. La dificultad para compatibilizar la vida familiar con los cambios de destino y la crianza de los hijos la motivó para dar un cambio importante en su vida. Estaba decidida a alejarse del ajetreo de las ciudades.

La decisión de una leonesa y un asturiano para elegir un lugar común donde vivir no podía alejarse mucho de un entorno rural. Así lo reconocen los dos. «Nos casamos siendo militares. A Alejandro lo destinaron a Zaragoza y a mí a Madrid. El embarazo de mi primera hija fue de riesgo y él pidió el traslado a Madrid para estar conmigo. Allí estuvimos juntos un año y me quedé embarazada de mi segundo hijo». Yesica recuerda que el trajín de la vida en Madrid no era el ideal de vida familiar que les gustaba. «Vivíamos en El Pardo, pero cuando íbamos a Madrid había atascos todos los días, sentía mucho estrés con una niña de unos meses y otro que venía de camino. Lo hablamos y decidimos dar un cambio a nuestra vida».

Y la decisión fue volver a León . Yesica es de la localidad astorgana de Valdeviejas y optaron por trasladarse a este municipio en 2015. «Yo seguía de militar, pero era complicado sacar una plaza y lo dejé. La familia me decía que estaba loca por dejar un sueldo fijo para dedicarme al campo, pero me arriesgué. Una militar de soldado es mileurista y con eso tampoco vives en Madrid, ni con los dos sueldos».

Alejandro sigue en el ejército y ahora está pendiente de destino, por lo que aprovecha para echar una mano a su mujer en las labores del campo. «Es normal que la generación anterior a la nuestra animase a sus hijos a tener un sueldo fijo, pero en el campo organizas tu vida como quieres».

El camino para llegar hasta aquí no ha sido fácil y el futuro también se presenta incierto. «Pero es lo que me gusta», dice Yesica, que hoy acude al campo para llevar el agua al ganado acompañada de su marido y su hijo Nairo, el pequeño, que ya nació en León.

Todos los días se levanta a las siete de la mañana para llevar a los dos niños mayores a clase a Astorga y asegura que se apaña bien con el pequeño, que pronto empezará también a ir al colegio. Hoy Alejandro le ayuda a trasladar los 5.000 litros de agua que cada día y medio tienen que llevar a los pastos para que beba el ganado. La cargan de un pozo cercano. «Viviríamos mejor si tuviéramos un campo con agua, pero hay que llenar las cubas en el pozo y traerla». Las vacas están todo el día en los pastos, en extensivo: «Nunca van a la nave».

El primer paso para asentar las bases para su nueva vida fue buscar la información necesaria, asesoramiento entre los expertos. Nadie antes en su familia se había dedicado al sector ganadero.

En lo que la pareja estuvo de acuerdo desde el principio fue en que querían dedicarse a cuidar vacas para el consumo de carne y optaron por la Casina, una raza de la montaña asturiana declarada en peligro de extinción en 1994 por su escasa variedad genética a causa de los cruces. La Casina es una vaca pequeña de color castaño y grandes cuernos.

Buscar los pastos

Lo complicado fue encontrar los pastos. «Cuando me salí de militar encontré trabajo en un restaurante, pero seguíamos mirando, informándonos, aunque no nos atrevíamos a dar el paso. Aquí, como no hay industria, la única alternativa es trabajar en el campo, y lo que teníamos claro era que queríamos criar a nuestros hijos aquí». Yesica se mueve con ligereza por el campo, entre las vacas, con el niño en brazos, mientras Alejandro respalda estos días a su mujer en una las pocas oportunidades laborales que hay en la zona rural. Todos los días hay algo que hacer.

Tras mucho mirar y dar vueltas a la idea, sin que llegara el momento de la decisión final , Yesica encontró la oportunidad tras la jubilación de otro ganadero de ovejas que dejó libre el alquiler de unos pastos comunales de 200 hectáreas. «Domingo Carro nos ha ayudado en todo y nos sigue ayudando con sus consejos, gracias a él aprendemos y avanzamos. Nos ha facilitado la vida. Empezar en el campo sin tener a gente que te oriente y te ayude es difícil, te juegas todos los ahorros».

Solicitaron las ayuda de la Política Agraria Común (PAC), las de Junta de Castilla y León y la Diputación de León. Todas las subvenciones las han destinado a inversiones para poner en marcha la explotación, incluida la adquisición de un tractor de segunda mano. Yesica dio el primer paso en 2020, justo antes de que empezara la pandemia del coronavirus, y los trámites se paralizaron. Después la siempre recurrente sequía y, por si faltaba poco, la guerra de Ucrania, que aumentó la crisis de costes de la ganadería y mermó la cabaña de vacuno. «Las exigencias para los ganaderos son cada vez mayores. De momento todo son inversiones, en el futuro ya veremos qué pasa. Pero lo que tenemos claro es que hemos ganado en calidad de vida. Las ayudas te sirven para arrancar, pero como caigas en la trampa de la codicia del dinero estás trincado. Aquí queremos criar a nuestros hijos, aunque estoy convencida de que cuando crezcan se van a tener que marchar porque no hay oportunidades para ellos. Los mayores ya me dicen que no quieren saber nada del ganado porque se dan cuenta de lo esclava que es esta vida».

Empezó con cuatro cabezas de ganado y ahora tiene 58. «Queremos llegar a las 65. Necesitamos un campo más grande. En este campo se pueden alimentar bien 30 vacas, así que las ayudamos».

Consumo

El destino de la carne es el consumo en carnicerías de León y Asturias. «Vendemos a carniceros asturianos que tienen casa aquí. Otras van a los cebaderos».

Yesica y Alejandro defienden los controles al ganado, después del conflicto de la tuberculosis bovina. «Si aparecen enfermedades hay que hacer controles y sanear antes de mover el ganado, pero una vez saneado esa carne se puede vender. No hay que hacer propaganda barata, las normas las pone Europa y hay que cumplir. Esta zona está indemne, libre de enfermedad».

La mayoría de las vacas pacen a la sombra de las encinas. Están dispersas por el campo. Alejandro facilita la foto y empieza a llamarlas. «Tomavén», «tomavés» grita con firmeza varias veces. Entonces las vacas levantan la cabeza del suelo y empiezan a mugir, cada vez más fuerte. Alejandro entra con un cubo con alimento y se producen las carreras. Todas las vacas reconocen el contenido de ese cubo blanco, corren y rodean a Yesica, Alejandro y Nairo. «Responden a la voz y a la comida», dice Alejandro.

La familia se queda en el campo mientras Nairo aprovecha para acariciar a los animales, que se dejan dóciles.

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